domingo, 27 de diciembre de 2015

Arza Marza: sitio sagrado de los curripaco




El departamento del Guainía es un territorio rico en recursos naturales, medioambientales, paisajísticos y culturales. Los recursos hídricos representados en la infinidad de ríos, caños, lagunas y aguas subterráneas son fuente de vida para las comunidades y asentamientos indígenas, se constituyen en las únicas vías de comunicación del departamento, alimentan el turismo y la recreación y guardan en sus entrañas significativa cantidad de recursos ictiológicos, auríferos y culturales de carácter material y simbólico.

Como depositarios de inmanente riqueza cultural se destacan los ríos Guainía, Isana, Cuiarí y los caños y afluentes que alimentan estas cuencas hídricas donde se asienta el pueblo curripaco. Uno de estos cuerpos de agua de singular belleza, exuberantes recursos naturales e innumerables huellas del pasado como las piedras sagradas, pictografías y petroglifos, que con el paso del tiempo quedaron plasmadas en sus riberas, es el caño Arza Marza, Arza Marzi o Arramarsi, afluente del río Guainía. El caño Arza Marza, es tan grande como un río y uno de los sitios sagrados más representativos de la etnia curripaco y de la comunidad indígena de San José, que nace en las inmediaciones de tres grandes cerros de los cuales se destaca “Cerro Pelao”, casi al frente de las comunidades de Caranacoa y Danto. Avanza desde su nacimiento en dirección oeste-este, casi paralelo al río Guainía, para abrazarse a éste al llegar a San José, dejando esta población encerrada en las aguas de ambos cauces.

Desde que Militón Yuvabe fundó esta comunidad a comienzos del siglo XX, el caño Arza Marza ha sido sinónimo de vida para sus habitantes pues surte su acueducto, posee gran cantidad de peces y animales silvestres, además de maderas y plantas medicinales. También presenta playas, montículos y lugares exóticos que invitan a pernoctar en sus orillas. Es típico en este lugar encontrar grandes trampas para agarrar pescado llamadas kakures. Militón Yuvabe al fundar San José acertó al encontrar el lugar más indicado para la construcción de la misma, ya que el caño Arza Marza garantiza la seguridad alimentaria a las sucesivas generaciones de personas y puede ser explotado en toda su dimensión únicamente por sus habitantes que no tienen que compartirlo al no existir más asentamientos humanos en sus orillas. A pesar de que sus aguas son de color negro, como las del río Guainía, por la presencia de huminas y ácidos fúlvicos y húmicos provenientes de la descomposición incompleta del contenido fenólico de la vegetación, no presenta elementos contaminantes como aguas residuales o azogue al no haber balsas o dragas explotadoras de oro que puedan contaminar su lecho.

Al hacer un recorrido en su serpenteante cauce, nos deleitamos con las sonoras voces de la naturaleza: el grito incesante y bullicioso de los monos aulladores, el canto melancólico de las palomas, pavas, paujiles y demás pájaros mañaneros, el sonido adormecedor de las chicharras, el movimiento de las hojas de los árboles por acción del viento y las caídas de agua o pequeños raudales que braman intermitentemente componiendo melodías agradables al oído. La vista también se recrea con el verde profundo de la selva que se confunde con el oscuro color de las aguas del caño, surcado por muchas rocas, con milenarios grabados y bancos de arena a los lados que forman vistosas playas especialmente en la época seca del año. Las piedras testimonian la riqueza mitológica del caño cuando, otrora, fue habitado por los dioses cosmogónicos que hacían de este cauce una ruta indispensable para mantener el contacto y el control de los mortales y como proyección de su morada sempiterna.

Para entender la riqueza mitológica del Arza Marza debemos remontarnos al origen del pueblo curripaco. Fue en Jipana, una roca ubicada en el río Ayanen, afluente del Isana, donde los dioses cosmogónicos hicieron de ríos, caños, cerros, serranías, lagunas, playas y piedras sus moradas que, en la posteridad, se convirtieron en sitios sagrados de especial respeto y veneración, incluso hasta nuestros días. Iñapirrikuli, Kuwai, Dzuli, kunaferri y Malinali, entre otros dioses, al diseñar el mundo, dotaron al hombre de utensilios y herramientas para vivir, crearon el día, la noche, las estrellas y demás fenómenos naturales. Ellos se disputaban el control del mundo y se comunicaban con los mortales a través de petroglifos o rocas con figuras y símbolos grabados, comunicación que cobra vida a través de los mitos y leyendas que se tejen en las riberas del caño Arza Marza.

Las aguas del Arza Marza están salpicadas por infinidad de rocas y sitios sagrados como la “Piedra Raya”, en la desembocadura del caño y contigua a la comunidad de San José; “Kunubá”, una enorme piedra parecida a una torre, custodiada por cuatro filones rocosos más pequeños que hacen de soldados o guardianes de la torre que representa a sus dioses; “Piedra Kapolephua”, de forma redonda que semeja la cabeza de una persona con un sombrero, de la que según los lugareños, aquel que pase frente a ella, debe evitar tocarse o rascarse la cabeza, pues de hacerlo, se le caerá el cabello y quedará calvo. Se afirma que cuando alguien pasa cerca a la piedra siente un deseo irresistible de llevarse las manos a la cabeza. También se destaca “Kalacaam” (Piedra Gallo Negro), desde donde, algunas veces, se puede escuchar el canto de los gallos. Dicen que esto es malaseña pues aquel que, por infortunio, escuche el canto del gallo es advertido de que alguien de su familia o él mismo va a fenecer. Otros cuerpos rocosos son: “Abuelo del Danto”, “Jipada Jaleperry” (Piedra Blanca) o “Camino de Anaconda”, que es la entrada a la casa de los yupinais, “Piedra Espejo de Pescado” (kupjecanale), “Piedra Temblador” y “Piedra Cachirre”, entre otros.

También encontramos sabanas y lagos sagrados como “Jinimayao” o comunidad de yupinais. Los antiguos podían ver en esta sabana, vacas, caballos y cerdos que no eran más que espíritus del monte transformados en animales; “Lago de Anaconda” (habitado por anacondas) y, el lugar más importante y sagrado de todos que es la “Laguna Eenoanja” (“Cielo Sagrado”, “Laguna Sagrada”, “Ciudad de los Yupinais”, “Capital de todos los sitios sagrados”), que es la morada del maware y los yupinais que son espíritus del agua y del bosque respectivamente, que pueden imponer castigos a los mortales.

Según la tradición oral, cuando un cazador o pescador irrespetaba o desobedecía la orden ancestral de no pescar o cazar en los lugares prohibidos del caño y, especialmente, en la "Laguna Eenoanja”, inminentemente enfermaba y le sobrevenía todo tipo de desgracias. En la noche siguiente al desacato, el sacrílego soñaba viajando por el caño, rodeado de los espíritus del monte y, el animal que había sacrificado volvía a la vida y cobraba venganza dejándole enfermo, mal herido o paralítico. Al día siguiente, al despertar la persona, se convencía de que esas imágenes oníricas se conjugaban con la realidad ya que había caído en mortal enfermedad y requería la inmediata asistencia de un médico tradicional. Entonces el cuerpo de la persona yacía decúbito, mientras su espíritu era raptado por los yupinais e iba a morar en la laguna donde ingería alimento y vivía como si nada hubiera pasado. La oralidad nos enseña que en una gran ciudad, bajo el agua, moran los yupinais y el maware, en condiciones similares a la de los humanos, con sus propias viviendas y medios de comunicación y transporte. Esta forma alegórica de la muerte en la subacuática dimensión revindica la solidez de las creencias de los ancestros para quienes el espíritu del enfermo gozaba de las bondades del inframundo mientras el cuerpo enfermo yacía en la dimensión terrenal hasta ser curado con rezos por payés que podían penetrar en la fantasmagórica morada y liberar de los espíritus, el alma del profanador.

Los antiguos curripaco veneraban estos lugares y, para poder transitar por allí, sin contratiempos, dejaban ofrendas como casabe, mañoco, ají, jabón, plátanos, yuca dulce, monedas o cualquier otro artículo. No se podía pescar ni coger cualquier recurso natural que, paradójicamente abundaban por esta restricción cosmogónica, tanto en el agua como en el monte, so pena de contraer cualquier tipo de enfermedad o desgracia. No se podía jugar e irrespetar las piedras, gritar e incluso mirar o pasar por sus proximidades pues ya se consideraba profanado el lugar. Para transitar por algunos sitios sagrados las personas tenían que bañarse con antelación, abstenerse de consumir ciertos alimentos o ingresar en ayunas al sitio indicado para evitar la malaseñas o presagios de desgracias. Se afirma también que para evitar la extracción excesiva de animales de cacería, peces y maderas y poder mantener incólumes los recursos de estos lugares, existían puntos donde el caño se bifurcaba o presentaba un ramal semejante que podía hacer perder al transeúnte y, que los animales de cacería, podían ser únicamente malaseñas.

Estos sitios sagrados permanecen aún sin intervenir pues la tradición se mantiene y las sucesivas generaciones de indígenas curripaco son respetuosos de su cultura que se transmite de generación en generación. Así como el caño Arza Marza, existen en el Departamento del Guainía otros lugares también diversos en cultura natural y cultural, algunos perdidos en la inmensidad de la selva y otros a la vista de visitantes y lugareños.