sábado, 16 de enero de 2016

La educación en el Departamento del Guainía




Educar en un contexto pluricultural, multiétnico y plurilingüe como es el territorio colombiano es muy complejo y, en especial, en el Departamento del Guainía donde los pueblos indígenas aglutinan más del 80% del total de la población, además de contar con la presencia de mestizos, negros, cabucos, mulatos, zambos y blancos, muchos de ellos, procedentes de la mayoría de departamentos del país y de otras repúblicas como Ecuador, Venezuela y Brasil. A los pueblos indígenas, como población mayoritaria del Guainía, les corresponde una formación acorde a su realidad cultural, encaminada al fortalecimiento de su lengua nativa, costumbres, tradiciones y valores propios, que le proporcione herramientas para la defensa de su territorio, la participación en la solución de problemas de su comunidad y el rescate y difusión de su acervo cultural frente al avance de la sociedad hegemónica que absorbe, aculturiza e impone nuevos códigos provenientes de un mundo más globalizado. Es conveniente, además, que el joven indígena conozca los derechos especiales, componentes del Fuero Indígena, que como minorías étnicas les corresponde de acuerdo a lo establecido en la Constitución Política.

Lamentablemente, la construcción del modelo de educación propia, basado en la interculturalidad, tal como lo demandan los Decretos 804 de 1995, que hace referencia a la educación para grupos étnicos y 337 de 2004, expedido por la Gobernación del Guainía, que da vía libre a la aplicación de la etnoeducacion en este territorio, hasta el momento, se ha quedado en decretos y resoluciones sobre los escritorios y la Secretaría de Educación del Guainía ha asumido una actitud pasiva e incoherente, muchas veces, con la complicidad de las organizaciones indígenas, líderes, maestros y comunidad en general, quienes han sido complacientes con la improvisación de modelos educativos descontextualizados para el Guainía que buscan resultados a través del ensayo y error, sin atreverse a producir cambios en ellos mientras sus hijos, en el aula, son arrancados y desvinculados de su cultura nativa.

Con el modelo educativo aplicado actualmente, que es tradicionalista, de corte occidental, los pueblos indígenas del Guainía están condenados a perder su cultura en menos tiempo del esperado. Han aceptado la imposición de una educación que es ajena a su realidad en sus territorios, sin que este tipo de formación satisfaga y atienda sus intereses, necesidades, expectativas y aspiraciones como se demanda en sus planes de vida. En la zona rural del departamento, -donde se concentra el mayor porcentaje de población indígena-, los estudiantes son desposeídos de su acervo cultural al ser reducidos al estilo de vida de los internados. Allí, con celeridad, olvidan sus costumbres y asimilan actitudes de la cultura hegemónica, con prácticas, modas y tendencias que no aportan nada a su formación personal (música reggaetón, uso de tatuajes, piercing, aretes, gorras, cabellos pintados, peinados extravagantes, nuevas jergas o formas de hablar y maneras extrañas de comportamiento), para renegar de lo suyo, avergonzarse de su familia, acostumbrarse a lo fácil, dejar de formarse en tareas propias de su cultura y, en otras palabras, dejar de ser indígena para querer volverse occidental. Esta situación, en buena medida, es tolerada por sus maestros, en su mayoría indígenas, a quienes poco importa la formación de sus coterráneos y del docente occidental, que desconoce los patrones culturales de las comunidades donde trabaja y, por el contrario, quiere imponer en las escuelas, practicas importadas de su región natal. Los estudiantes, desde temprana edad, al comenzar sus estudios bajo el modelo educativo instituido por el Estado, se van alejando de lo propio y, sin terminar aún su proceso de formación en la cultura nativa, se enfrentan al conocimiento de otra cultura, que es mayoritaria y, por ende, dominante y absorbente, que se rige por códigos totalmente opuestos a los suyos.

Al debilitarse la educación propia en los establecimientos educativos del Estado, los padres y autoridades indígenas pierden autonomía sobre sus hijos y se les dificulta mantener la cohesión familiar, social y cultural en sus hogares y comunidades. La educación propia que desde niño se ha recibido en el seno del hogar y que tiene como ejes temáticos las costumbres, saberes, tradiciones, expresiones colectivas, espiritualidad, cosmovisión y lengua materna, entre otros, pervive gracias a los espacios de socialización en donde los adultos, ancianos y sabedores relatan las historias y anécdotas todos los días; también pervive en las fiestas y celebraciones de la comunidad, en los espacios religiosos, en los encuentros deportivos y en el día a día de las actividades cotidianas. La educación propia también se basa en el modo de concebir el universo, en el respeto a las leyes que rigen la naturaleza y, en fin, en todo lo que les rodea. Así, se ha gestado la trasmisión de la cultura de generación en generación. Estos conocimientos se desdibujan en el niño y el joven cuando ingresan a estudiar en las escuelas del Estado que aplican el modelo tradicional de educación.

En realidad, el sistema educativo, en la zona rural del Guainía, no ha logrado cumplir con los postulados, fines y propósitos que demanda la legislación para tal fin. La Secretaría de Educación apenas se preocupa por mantener la prestación del servicio educativo, direccionando sus esfuerzos hacia el componente administrativo que tiene que ver con el manejo del dinero de las nóminas e inversión (víveres, transporte y dotaciones escolares), con desmedro del componente pedagógico (modelo educativo, enfoque pedagógico, método, estrategia pedagógica, material didáctico, actualización docente), que debe ser protagonista en el proceso enseñanza-aprendizaje. Presionada esta entidad, por las cifras de estudiantes que debe reportar al MEN y las cuantías que de este organismo nacional recibe por capitación y, ante la reducción de estos dineros por bajos reportes en matrícula, apenas se preocupa por tratar de elevar la cobertura en detrimento de la calidad, como eje fundamental de una buena educación.

Maestros no calificados, y sin el perfil requerido, llegan a las instituciones escolares del río a laborar, plantas de personal docente y administrativo incompletas, personal no especializado en el manejo de los patrones culturales del contexto y con un bajo nivel de motivación, entre otros, son debilidades del proceso educativo en la zona rural. El maestro allí, no tiene acceso a cursos de actualización y carece de herramientas pedagógicas como la conexión a internet; tampoco hay funcionarios con alto nivel de preparación para orientar los procesos de formación y de trabajo en el aula. La falta de incentivación y motivación de los docentes rurales, las largas jornadas de viaje por sinuosos ríos en medios de transporte no fiables para enfrentar peligrosos raudales, trochas inundadas y en mal estado, planchones inservibles, tractores que quedan varados en plena selva, ríos secos, entre otros, se han vuelto tradición en el periplo del maestro por la educación de la zona rural del departamento. La deshumanización del docente en su azarosa tarea, desmotiva la creación literaria, las experiencias significativas y el trabajo colectivo, razón por la que sus aportes en la parte educativa son muy exiguos. Algunos pocos se dan a la tarea de crear planes de estudio etnoculturales, currículos y obras didácticas, pero su esfuerzo es subvalorado e invisibilizado.

Es conveniente, ante esta realidad, comenzar una cruzada por la transformación de la educación en el Departamento del Guainía y poder afianzar así el modelo de educación propia, direccionado hacia la interculturalidad, con la inclusión de aspectos relevantes de la sociedad hegemónica y del mundo globalizado, pues éstos imponen nuevos derroteros y obligan a las culturas minoritarias a incorporar nuevos elementos, eso sí, sin que éstas tengan que perder su esencia cultural o identidad colectiva. De esta manera, con un desarrollo educativo basado en la interculturalidad, donde se acepten los aportes de las culturas coexistentes en una convivencia armónica con gran sentido de tolerancia y respeto, se puede asegurar el futuro de nuestros jóvenes y el de nuestro país. En estas circunstancias, se puede llegar a la práctica el etnodesarrollo, o proyecto de desarrollo sostenible que no niega el desarrollo como fenómeno mundial sino que propone una versión corregida y reformada de éste. Hablar de etnodesarrollo es referirnos a un desarrollo concebido con la idea de que pueda ser realizado en forma prudente, controlada, sostenible y adecuada a las vivencias de los grupos indígenas. Con una formación acertada se puede refrendar lo que los pueblos indígenas merecen como depositarios de una cultura milenaria que ha marcado nuestras raíces: la búsqueda de su reconocimiento como grupos humanos, con características propias y, por ende, capaces de generar espacios en sus procesos productivos, organizativos y educativos que propendan por el mejoramiento de sus condiciones de vida.

Dirigir nuestra mirada a la educación propia no es volver al pasado ni impulsar prácticas ya desaparecidas como los ritos de iniciación, las ceremonias a los dioses cosmogónicos, el uso del guayuco, el empleo del barbasco o el rechazo del estilo de vida occidental y su tecnología sino, más bien, robustecer la práctica de patrones culturales cuyos códigos vigentes puedan convivir con elementos de otras culturas sin verse afectados, eso sí, con una fuerte dosis de identidad cultural, para que el joven actual pueda enfrentar los embates del mundo globalizado que trata de apabullar lo minoritario cuando no se tienen bases culturales sólidas. Articular el conocimiento de la cultura propia y el conocimiento de la cultura hegemónica a través del “cincuenta-cinquenta”, como proponen algunos líderes indígenas, mediante el diseño de material didáctico, actualización de maestros bilingües, preparación de maestros colonos en el manejo de la cultura, organización del currículo y planes de estudio de acuerdo al contexto y realidad actual, diseño de un calendario ecológico y cultural, compromiso serio de las entidades que administran el sistema educativo, sentido de liderazgo de organizaciones, líderes y sociedad indígena en general y trabajo decidido con sentido de pertenencia de docentes indígenas egresados en etnoeducación de distintas universidades del país, para que hagan sus aportes respectivos, serían los pilares a seguir para navegar en este viaje hacia la autonomía, la preparación y la educación seria de los niños y jóvenes rurales.

Para encaminar este propósito de engendrar verdaderos proyectos educativos que satisfagan las necesidades e intereses de las comunidades indígenas, es imperioso acudir a la perseverancia, al trabajo en equipo y, sobre todo, a aprender a valorar la cultura nativa que es patrimonio de Colombia, tal como lo consagra el artículo 7, o principio fundamental, de la Constitución Nacional donde el Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana.